Las mejores judías de El Barco de Ávila no
son de allí! Las mejores se cultivan a unos 10 km, en un pueblo chiquinino en la
sierra de Gredos.
Bohoyo, aparte de ser el pueblo de mi padre y
casi el de mi madre, es un sitio precioso donde disfrutar del frío en invierno,
de la chimenea, de los paseos al puente de la Garganta, de las patatas
revueltas, los torreznos y los pimientos de Antolín, de las calbotadas, de los
guisos de cuchara, de los paseos por la sierra, de las truchas, del río y sus
centenares de veraneantes, de sus fiestas y, sobre todo, de su buena gente.
Esta receta es 100% de mi abuelo Pablo que,
como buen Pablo, aparte de guapo, fue una persona que marcó mucho mi infancia. Sus
judías blancas es una de las cosas que más recuerdo de él, aparte de las Pesis
de después de misa, de cómo comía natillas con el cucharón, cómo bailaba la
música de cabecera del “parte”, de su picadillo de los domingos en su casa de Moratalaz,
de su “Perpe, anda con ellos!”, de sus gatos Manolo y cía, q para ser Manolo no
veas la de gatines que parió después, de sus siestas con esos gatos sobre su
barrigón, de cuando sembraba las judías verdes de las que nos quejábamos todo
el rato pidiéndole lechugas y tomates… a lo que él contestaba: “cuando plantéis
vosotros, hacéis lo que os salga de los coj…s!”, del donuts que se comió a
escondidas porque justo antes había criticado a mi madre por comprarnos esas
guarrerías para merendar en vez de hacernos un bocata como Dios manda!, de lo
goloso que era, del 127 con el que nos recogió el última día de colegio antes
de Navidad para ir a comer a su casa, donde mi abuela Perpe, gran cocinera y
mejor abuela, nos esperaba con arroz seguro!, de las manzanillas dulces a morir
con las que nos recibía en el pueblo todas las mañanas, del bollo de las
patatas revueltas, de sus puros, de cómo enseñaba a mi hermano a fumar
palillos, a regar, hasta a preparar la lumbre, que casi hace que salgamos
ardiendo toda la familia, de su época de tranviario, de la de conserje, de
todos los motes que ponía a todo el mundo, de lo orgulloso que estaba de sus
hijos y de sus nietos, del burro que compartía con tío Emilio año tras año, de
los pollines que nos compraba en el mercadillo, de lo poco que molestaba cuando
estuvo malito en el hospital y de la sonrisa que forzaba para que el resto no
se preocupara cuando ya nos estaba dejando…
Va por mi abuelo Pablo, para que disfrutéis
de unas judías blancas sin extras, porque no los necesitan. Seguro que no nos
salen la mitad de ricas que a él pero todo sea por hacerle un homenaje.
8 puñados escasos de judías (2 por persona, repito, escasos!)
Una cebolla
Un par de dientes de ajo
Aceite de oliva
Sal
Un par de hojas de laurel
Elaboración
Lo primero y fundamental es poner las judías
en remojo en agua fría la noche anterior. Hundirlas bien todas.
Al día siguiente, se llena una cazuela de agua fría y se echan las judías. Se ponen a fuego y, en cuanto empiezan a hervir y a echar la espuma blanca que sale, quitar del fuego, lavarlas con agua fría bien y volver a llenar la cazuela de agua fría de nuevo y ponerlas en el fuego como al principio.
Este paso es el paso de “asustarlas” y consigue que estén más tiernas. ¡Es importantísimo que todo se haga con agua fría!
Al día siguiente, se llena una cazuela de agua fría y se echan las judías. Se ponen a fuego y, en cuanto empiezan a hervir y a echar la espuma blanca que sale, quitar del fuego, lavarlas con agua fría bien y volver a llenar la cazuela de agua fría de nuevo y ponerlas en el fuego como al principio.
Este paso es el paso de “asustarlas” y consigue que estén más tiernas. ¡Es importantísimo que todo se haga con agua fría!
Una vez asustadas, en esa cazuela con el agua de nuevo fría y las judías se añade la cebolla picadita, en crudo, se echan dos hojas de laurel pasadas por el grifo previamente, dos dientes de ajo pelados y enteros y un chorro de aceite de oliva. NO SE ECHA SAL!
Es preferible, en cuanto vuelva a hervir, bajar el fuego y dejar que se hagan a medio-bajo fuego, con mimo, para que se hagan sin deshacerse.
Se cuecen las judías una hora u hora y media
(probar cuándo están ya blanditas) y cuando llevan unos tres cuartos de hora
cociendo, se salan.
Se pueden comer tal cual o hacerlas puré (de hecho en mi casa se suelen comer el primer día enteras y luego hechas puré aunque también se pueden congelar para otro día).
¡Ojo! Esta receta es para hacerla con judías
de El Barco. No nos hacemos responsables de la receta si se utiliza otro tipo
de judía, que a lo mejor necesita otra elaboración, tiempo de cocción, etc.
¡Disfrutadlas! Me lo agradeceréis.
Ire, dos cosas.. no hagas publicidad de lo bien que se come en el pueblo que luego se nos llena y , ayyyy, que se me saltan las lagrimas...
ResponderEliminarvaya definición de abuelo, que recuerdos. Besos hermanita
ResponderEliminar¡Qué viva el pueblo, los platos de cuchara y los buenos recuerdos! Pero sí, que no se nos llenen, que la gente que va, repite!
ResponderEliminarTenía que comentarlo: acabo de comerme las judías añadiéndole un trozo de chorizo del pueblo que tenía desde hacía meses y ya era imposible de cortar, aunque seguía estando tremendo, y... telita! lo añad´´i cuando ya estaba cociendo porque se me ocurrió sobre la marcha. Eso sí, salieron con algo más de grasa aunque le he ido quitando la que salía a la superficie durante la cocción. ¡Qué bueno por favor!
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